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lunes, 1 de abril de 2013

¡Evita el "sobrepeso emocional"!


Conservar un peso adecuado trae innumerables ventajas para la salud, fortalece nuestra autoestima, nos hace sentir más plenas; no en vano, es uno de los puntos que las mujeres siempre tenemos presente en nuestra lista de prioridades; ahora bien, ¿qué ocurre cuando notamos cambios abruptos en nuestro cuerpo, sin que medie en el proceso (esto sólo en teoría, claro) un cambio en nuestros hábitos alimentarios? Tal vez es momento de mirar un poco más allá; posiblemente, estemos atravesando circunstancias que nos desbordan, momentos de mucha tensión que nos hacen especialmente vul-nerables; es entonces cuando la comida adquiere un status impensado; se transforma en un bálsamo, un refugio, el aliado perfecto; claro, sólo mien-tras dura la satisfacción; después sobreviene un estado de profunda angustia, ansiedad y la necesidad de calmar nuestro malestar con más comida; un verdadero círculo vicioso. 


Situaciones estresantes, episodios traumáticos, dolorosos, como puede ser la pérdida de un ser querido, días convulsionados, peleas, quejas, ruidos, exigencias, horarios apretados… pueden disparar conductas compulsivas que quedan registradas en nuestro cuerpo; nosotras, mientras tanto, perplejas ante la nueva fisonomía, rotunda, contundente. Pero… ¿por qué nos llevamos comida a la boca cuando nuestras emociones se desbocan? 

Según el licenciado Diego Messina, nutricionista y becario en el laboratorio de enfermedades metabólicas y cáncer de la Universidad Juan Agustín Maza, “el comedor emocional tiene pocos recursos para solucionar problemas y poca asertividad; esto es, carece de la capacidad de expresar sus sentimientos de manera madura, situación que en oportunidades se combina con introversión y baja autoestima…” y agrega “busca entonces solucionar todo ese estrés y esa tensión de la vida diaria a través de la comida, que le proporciona placer y lo calma”. 


El problema es que, cuando se come demasiado para distraer, disfrazar o eludir los sentimientos se originan sensaciones de culpa, vergüenza y enojo con uno mismo por haber abusado de la comida como recurso. A esto se suman sentimientos de vacío y frustración porque las necesidades de afecto, comunicación, autoconfianza, libertad, éxito o de ser correspondido no se ven satisfechas por la comida, con lo que se crea nueva tensión y se vuelve a comer.


Messina reconoce, no obstante, que “el problema de los kilos emocionales existe desde siempre o, por lo menos, desde que la comida tiene tanta carga cultural y emocional. Ya desde chicos aprendemos a ver la comida como un hecho social: en los cumpleaños, en las fiestas, en el cine, cuando estamos tristes (pensemos en esas primeras rabietas de la primera infancia que se esfumaban con la sola perspectiva de un alfajor) y hasta en los velorios…” y concluye “Siempre hay comida acompañando nuestras emociones”. 

La Licenciada en Nutrición Cecilia Taricco advierte, en cambio, que existe un aumento de este tipo de consultas porque han cambiado nuestros modelos de estética; algo que en muchas personas se traduce en estrés… “Pensemos que, 20 años atrás las modelos pesaban 8% menos que la mujer promedio norteamericana, hoy esa cifra es de un 23% menos”. Explica asimismo que “Las revistas, gigantografías, la TV, Internet, los desfiles hacen que las mujeres se vuelvan dietantes crónicas, lo que representa un serio peligro porque el cerebro (que no sabe de dietas) detecta que no ingresa energía suficiente, se adapta a esa situación y ahorra para cuando no haya; es decir, disminuye el gasto energético del organismo (menos calorías ingresan y el cuerpo menos gasta)” explica Taricco.

Si bien es cierto que existe un sustrato emocional común, cada persona exterioriza aquello que la aqueja de diferente manera; así, Messina describe pacientes que “simplemente han tenido un mal día, están estresados, han soportado peleas, quejas, ruidos, exigencias, horarios apretados y, cuando llega el momento de la comida se desquitan, aunque en otros casos comen menos o todo les cae mal…” y agrega “ a veces el problema es la disponibilidad de alimentos; son pacientes que tienen a mano una gran cantidad de alimentos engordantes y, en cualquier momento, se tientan y comen por demás; existe un tercer grupo conformado por aquellas personas que vienen bien, se cuidan, son cumplidores, pero por un pequeño tropezón ya se frustran y tiran la casa por la ventana…”.


El espectro es amplio y no termina aquí… “Algunas personas que se sienten angustiadas o han sufrido una decepción amorosa comen de más o eligen alimentos con alto contenido de grasa o azúcar (al mejor estilo Bridget Jones) simplemente porque están depresivas, y la comida actúa como un verdadero medicamento que dispara las endorfinas y la serotonina que nos hacen sentir tan bien” concluye Messina. 

En cualquier caso, la boca que quiere hablar, traga para aliviar la tensión emocional “Todas esas situaciones traumáticas y estresantes, caracterizadas por altas exigencias que no podemos afrontar, generan importantes desórdenes en nuestro organismo. Aumentan algunas hormonas del estrés, como la adrenalina y el cortisol, y disminuyen las endorfinas y la serotonina, que son las encargadas del placer y el bienestar; entonces aprovechamos una buena cantidad de comida deliciosa para aumentar estas sustancias placenteras de nuevo, sin medir la cantidad y sin darnos cuenta del daño que nos puede ocasionar” explica Messina y agrega “lo bueno es que con sólo introducir algunos pequeños cambios en nuestros hábitos y elecciones podemos romper el ciclo de necesidad – satisfacción – necesidad; la clave está en elegir alimentos que nos ayuden a mantener niveles de azúcar e insulina en sangre estables”; lo que supone admitir en primer término que existe un problema (cosa que muchos no hacen). 

Cualquiera que inquiera sobre la ingesta diaria de un comedor emocional se sorprenderá ante la perspectiva de un régimen precario en nutrientes y cantidades; esto, sólo en apariencia; basta escarbar un poquito para comprobar que a lo dicho se suman vasos de gaseosa, alguna que otra papa frita, un bollito de pan que quedó, unos matecitos, bien dulces por cierto, o la mitad del postre que otro dejó, claro, “por no tirarlo”; ¿el resultado? exactamente el doble de calorías con los correspondientes kilos adicionales, emocionales y…olvidadizos.

Messina suele recomendar a sus pacientes que “cuando tengan la necesidad o las ganas de comer demás, esperen unos diez minutos antes de comer… y mientras tanto que vayan haciendo alguna actividad que los distraiga”; según él, a los diez minutos, la mayoría de ellos ya no quiere comer; sugiere además que el paciente reconozca cuáles son las situaciones emocionales que les hacen comer excesivamente; una vez identificadas, es más fácil trabajarlas para alejarlas de la mesa. 

Aconseja asimismo “aprender a pedir ayuda, buscarla en algún experto y practicar actividad física, que, además de mantenernos en forma, nos ayuda a aumentar muchísimo esas endorfinas, sin necesidad de estar comiendo más de lo necesario”.

Es importante también comer despacio, algo que algunos dan por sentado pero que para otros supone un verdadero aprendizaje; aquí Messina es experto y aprovecha las consultas para enseñar a sus pacientes a dejar los cubiertos después de cada bocado, a masticar un cierto número de veces cada vez, a mirar a los demás cómo comen tranquilos, a saborear la comida…un tema que no es menor teniendo en cuenta que el modo en que cada persona se relaciona con la comida dice mucho de ella.

Cualquier consejo puede ser de gran utilidad siempre que tengamos presente que, cuando el peso del conflicto se desarrolla en el mundo de los afectos, las dietas express están demás. En vano nos sometemos a estrictos regímenes creyendo que con voluntad volveremos a ser las de antes para luego frustrarnos al comprobar que recuperamos, de forma indefectible, los pocos o muchos kilos perdidos. Habrá que pensar, entonces, por qué no se sostienen los resultados. Tal vez, nos sorprendamos al descubrir que la respuesta está bien lejos de la balanza y cerca del corazón.



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