
Estudiar un población tan numerosa, tan homogéna -no hay grandes diferencias en salud, raza, renta o nivel educativo- y con unos hábitos de vida tan similares ,y hacerlo durante 30 años consecutivos, no es sencillo. De hecho, señala Franco, este trabajo es «casi único», en el sentido en el que se ha trabajado en un escenario «imposible de replicar en un ensayo clínico». De ahí, dice, la relevancia de estos datos que se publican en British Medical Journal y que han merecido un editorial del profesor de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard y Director del Departamento de Nutrición, Walter Willett, para quien el trabajo «añade una fuerte evidencia de que una reducción en el sobrepeso y la obesidad tendría enormes beneficios poblacionales».

Sin combustible
Así, los cubanos pasaron a depender de sí mismos para desplazarse, debido a la falta de combustible, algo que provocó un aumento muy significativo (del 30% al 80%) del porcentaje de población con niveles de actividad física moderada. Al mismo tiempo, y de manera paulatina y sostenida, se redujo considerablemente la ingesta calórica per cápita, de 3.000 calorías diarias a 2.200 (equivalente a lo que recomiendan las dietas para perder peso). Como consecuencia se produjo una pérdida de peso generalizada de casi 5 kilos para una persona de talla normal. Los resultados del trabajo muestran el efecto de esta «obligada dieta»: así, en 1996, cinco años después del inicio de la pérdida de peso, se inición una rápida caída en la mortalidad por diabetes que duró seis años.
Pero para Franco, lo más interesante del ensayo es la comparación con los años posteriores, cuando la crisis terminó y los cubanos volvieron comer y a ganar peso. En esos años -entre 1995 y 2010-, lapoblación «engordó» una media de nueve kilos y la prevalencia de diabetes se disparó desde 1997. Como resultado de esta «bonanza», en 2002, se revirtieron estas tendencias y la mortalidad por diabetes inició una tendencia ascendente. Y, sorpredentemente, «aunque pensábamos que, una vez la población empezara a ganar peso, volvería a aumentar la mortalidad por enfermedad coronaria -que había disminuido un 34% durante los años 1996-2002-, lo que vimos fue que las tasas de defunciones se estabilizaron, es decir, dejaron de disminuir, pero no aumentaron. Esto contradice las tendencias más agoreras», apunta Franco.
Lecciones
Franco subraya el hecho de que con la pérdida de tan solo 5 kilos de media en toda la población mantenida durante años se podría reducir en un tercio la mortalidad por enfermedades coronarias y en casi la mitad las defunciones por diabetes. Además, también bajarían, en un porcentaje menor, las muertes por infarto cerebral o ictus.
Franco subraya el hecho de que con la pérdida de tan solo 5 kilos de media en toda la población mantenida durante años se podría reducir en un tercio la mortalidad por enfermedades coronarias y en casi la mitad las defunciones por diabetes. Además, también bajarían, en un porcentaje menor, las muertes por infarto cerebral o ictus.

Pero para el investigador se pueden extraer algunas lecciones que sí son extrapolables: hemos aprenndido que debemos promover la salud en todos, como sociedad; además, para que una intervención de salud púbica tenga un impacto relevante, «no solo han de estar centradas en la población de riesgo, sino que afecten a toda la población: deben ser estrategias poblacionales», subraya.
«Se trata de comer menos y mejor, y sobre todo incrementar nuestra actividad física, no sólo que algunos estén delgados o se maten en el gimnasio, sino que toda la población pueda comer de manera equilibrada y andar o montar en bici en su día a día». En este sentido, el experto apunta a la promoción de políticas donde se primen formas de transporte mas activas que el uso del coche.
Los investigadores explican que, tras el análisis de los datos, no se puede concluir que uno de los tres factores (menor ingesta calórica, pérdida de peso y aumento de ejercicio) sea más importante que otro a la hora de disminuir la mortalidad cardiovascular.
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