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La enfermedad de Alzheimer, o más sencillamente el Alzheimer, puede afectar a cualquier persona sin importar su sexo, raza o nacionalidad. Lo que sí parece incidir es la edad, pues se sabe que el 10% de las personas por encima de los 65 años la padece; mientras que si se considera a aquellas de más de 90 años, esa cifra asciende prácticamente al 50% de la población.
Por su parte, el sexo parece no influir aunque existe una mayor prevalencia en mujeres, pero esto puede deberse a que viven más años que los hombres. Esta “universalidad” o “pluralidad” es la que genera que haya un interés continuo e intenso por parte de los especialistas, los gobiernos y la industria farmacéutica por desarrollar nuevos tratamientos.
En este sentido, si bien aún no existen fármacos que prevengan la enfermedad de Alzheimer, sí hay medidas que se pueden tomar, y que tienen eficacia comprobada para retrasar las manifestaciones de la enfermedad.
Concretamente, lo fundamental es realizar actividades en las que se ponga en juego el ingenio, los cálculos, el lenguaje, la memoria y las capacidades de orientación espacial. Todo esto, que es parte de la estimulación cognitiva, ayuda y retrasa la aparición de síntomas de deterioro cognitivo, y actúa como una "gimnasia para el cerebro".
El desarrollo tanto de fármacos como de tratamientos relacionados con lo cognitivo ocurre por una necesidad asistencial y por el gran costo que tiene la enfermedad para los sistemas de salud, dado que el Alzheimer dura entre 10 y 15 años, o más aún, durante los cuales los pacientes son completamente dependientes de familiares o cuidadores.

No obstante, más allá de la cuestión farmacológica, es importante la intervención a nivel de la estimulación cognitiva, la cual brinda resultados modestos aunque apreciables.
Por último, en cuanto a los síntomas: los más precoces son los trastornos de la memoria, sobre todo los que involucran la memoria episódica (que es la relacionada con los eventos vividos). Por ejemplo, olvidarse de cosas que sucedieron, como viajes, fiestas, etc. Luego se afecta la memoria para nombres. Finalmente, a medida que avanza la enfermedad, comienzan a aparecer problemas con la orientación en tiempo y espacio y dificultades con el lenguaje, entre otras alteraciones.
(*) El Doctor José Antonio Bueri es Jefe del servicio de Neurología y Profesor Adjunto de Neurología de la Facultad de Ciencias Biomédicas del Hospital Universitario Austral
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