hepatitis C en 2010. En 2002, el ATS comenzó a robar analgésicos inyectables de los hospitales en los que trabajaba para reemplazarlos a continuación por solución salina contaminada con su propia sangre que era inyectada, de nuevo, en los pacientes. Kwiatkowski mantuvo esa práctica letal en los 18 centros médicos en los que estuvo trabajando desde entonces y continuó con ella tras detectársele la hepatitis. En 2011, 32 pacientes del hospital de Exeter, en New Hampshire, en el que Kwiatkowski trabajaba, fueron contagiados con su cepa.
En una entrevista que forma parte del acuerdo con la fiscalía, el ATS reconoció que había infectado jeringuillas alrededor de 50 veces en ese Estado, otras 30 en Georgia y más de 20 en Kansas, donde uno de los pacientes falleció. En Maryland y Pensilvania también se han denunciado casos de contagio. Gracias al trato, Kwiatkowski únicamente responderá de los 14 cargos que pesan sobre él en New Hampshire, librándose de los presentados en Maryland, Georgia y Kansas, una circunstancia que no ha gustado a los familiares de varias de sus víctimas, que esperaban una condena ejemplar. “Se merecía la cadena perpetua, porque él a nosotros nos ha dado una potencial sentencia de muerte”, ha declarado a la agencia Associated Press Linda Ficken, una mujer de 71 años infectada por Kwiatkowski.
El acusado fue detenido en julio de 2012. Más allá de la repulsión de su conducta, el caso de Kwiatkowski evidenció los fallos de control en el sistema sanitario estadounidense. En 2008, cuando trabajada en el centro médico de la universidad de Pittsburgh, un compañero denunció que el ATS había sustraído un analgésico inyectable de la sala de operaciones. Los responsables del hospital encontraron muchas más jeringuillas de este tipo en su taquilla, pero nadie informó a la policía o la asociación de técnicos sanitarios. Únicamente fue despedido.
Días después, Kwiatkowski era contratado en otro hospital de Baltimore, el comienzo de su periplo por otros 10 centros médicos de todo el país en los que se denunciaron irregularidades en la conducta del ATS que no alcanzaron mayor trascendencia y que, al parecer, no se hicieron constar en su historial médico, permitiéndole cambiar de una institución sanitaria a otra sin mayores problemas. Centenares de pacientes de esos hospitales están siendo sometidos a pruebas para detectar algún tipo de contagio. Los ATS en EE UU no están supeditados a la regulación estricta a la que están sujetos los médicos y no hay ninguna base de datos a nivel nacional que refleje sus faltas disciplinarias o mala praxis, como sí existe en el caso de los doctores.
Los hospitales y las agencias que facilitan personal a los centros sanitarios son los últimos responsables de que sus trabajadores posean sus correspondientes licencias. Sin embrago, en cuatro de los Estados en los que Kwiatkowski prestó sus servicios -New Hampshire, Georgia, Pensilvania y Michigan- ni siquiera se requiere una autorización legal para el puesto que él estaba desempeñando, técnico en radiología. A lo largo de estos meses, varias de las instituciones médicas que contrataron al ATS han ofrecido una serie de respuestas vagas para justificar el hecho de que les pasara desapercibida la conducta errática y mortal de Kwiatkowski.F: ElPais
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